Pintura
Una vez pintado no hubo forma:
el cuadro es lo que es, y esa pincelada descuidada quedaría por siempre allí.
Intentó por todos los medios, conocidos y desconocidos: soluciones y solventes, ceras, cepillos, navajas.
Al cabo de los años se dio cuenta que no había remedio, y que su Magnum Opus sería perpetuamente como hasta ese momento.
Al abandonar los esfuerzos de reparación, cayó en un horrible estado de depresión. Ni siquiera la embriaguez le atraía, guardando secretamente la esperanza de que en el delirio le llegase la manera de resolver el problema.
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Un día, mientras un Sol amarillo y picante le tostaba la piel que enmarcaba el descuidado marco de un cuerpo otrora regordete, se resignó a que el mundo perdiera sentido.
Con la pesadez del animal cuya carga es demasiada, y ha estado allí por demasiado tiempo, volteó a mirar el cuadro. Aún estaba allí, en el viejo caballete ahora roído por los años y los bichos. Pero su obra estaba intacta. Tomó y destapó uno de sus colores, a sabiendas de que, como todo lo demás en su vida, no tendría brillo.
En el descuidado forcejeo con la tapa, una gota cayó sobre el lienzo. Otra imperfección! No faltaba más! Tras años de intentar reparar sólo una, para que ahora hubiesen dos...
Y, al tratar de quitar la gota de pintura, la esparció, y se dio cuenta de qué había hecho: una nueva pincelada. ¡La obra no estaba terminada!
Con energías insospechadas, recopiló todo lo que tenía y siguió su trabajo. ¡Claro que no podía estar perfecta! Una obra en progreso no debe ser juzgada...
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Al final de sus días, feliz por no haberse rendido, dio por terminada su obra mientras caía en su suspiro agonizante. Y el pincel tocó la madera del caballete, salpicando la obra.
Al parecer de todo el que vio la tarea, aún no estaba terminada. Pero era la obra más hermosa: era la vida que salpica y afecta a los que quedan aún cuando nos hemos marchado.
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